
No era un barrio particularmente peligroso ni mucho menos,
pero esto es Santiago. Cosas extrañas ocurren en Santiago. Jack lo sabía.
El farol que llevaba titilando toda la noche finalmente se
apaga y la esquina queda aún peor iluminada. Dios, qué mal pinta esto. Jack
duda de si volver a sacar el IPhone, no vaya a ser que tiente a algún ladrón al
acecho, pero en realidad no hay nadie. Nadie de nadie. Ni Pedro, la ausencia
más notada por el único presente en esa esquina (me refiero a Jack, por si
acaso). Saca el IPhone y son las 12:21. Curioso ahí como se muestran los números
reflejados, el 1, luego el 2, el 2 de nuevo y el 1 al final… y nada de Pedro.
De pronto un auto negro aparece dando la vuelta en la
esquina. Disminuye la velocidad y se acerca a Jack. El vidrio polarizado de
atrás se abre y Jack ve a un señor mayor, muy peinado hacia un lado. El señor
lo queda mirando un segundo y le hace una señal de negación al conductor. Cierra
el vidrio y se van con un leve chirrido de las ruedas.
Muy bien Pedro, 22 minutos es todo lo tarde que podrías
haber llegado. Jack se mete las manos a los bolsillos y camina lo más rápido
posible sin que parezca que corre.